Hoy os traemos una recomendación por partida doble. No suele pasar que hablemos a la vez de un libro y su adaptación a película, porque habitualmente esta segunda queda "coja" y no puede sustituir a la experiencia del primero, pero esta historia de Mathias Malzieu es un caso especial, como pronto os contaremos...
Jack nace en Edimburgo, durante la noche más fría que se haya conocido. Tanto, que su corazón se hiela al nacer. Su madre, carente de recursos, acude a la casa de una señora con cierta fama de partera y bruja, la cual consigue devolver la vida al recién nacido Jack colocando un reloj de cuco en el lugar de su corazón. Este arreglo seguirá funcionando mientras Jack se atenga a tres importantísimas reglas:
No tocar las manecillas del reloj
No dejarse llevar por la ira
Y sobre todo y ante todo, NUNCA enamorarse
¿Qué puede ocurrir entonces cuando Jack, tras cumplir los diez años, baja a la ciudad y se topa con una hermosa bailarina de su misma edad que se gana la vida tocando un organillo en la calle y con la que tiene un afortunado o desafortunado tropiezo?
No vamos a contar más, para no desvelar nada de la historia. La premisa es encantadora, y el desarrollo de la idea es realizado con elegancia, credibilidad y perfección. La metáfora del reloj en lugar del corazón funciona a las mil maravillas, y todo eso, junto con un desfile de cautivadores personajes secundarios, hace que uno solo quiera seguir leyendo más. Por supuesto, cualquier persona que se haya enamorado de verdad en alguna ocasión empatizará con Jack sin que pueda o quiera evitarlo.
¿Y qué pasa con la película? Hasta un determinado punto de la historia, sigue el libro muy fielmente, pero a partir de un determinado momento, toma un camino ligeramente distinto, conduciéndonos a otro final. Que no es ni mejor ni peor - en nuestra modesta opinión - solo diferente. Es cierto que el libro describe con mucho más detalle toda la inundación de sentimientos que sufre el mecánico corazón de Jack, algo que no puede reflejarse con tanto detalle en la película, pero todo eso queda perdonado por la gran virtud de ésta: una estética absolutamente preciosa, que captura todo el espíritu del relato y hace que nosotros mismos nos enamoremos de todos sus personajes.
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