Cuando a Anthony Burgess le diagnosticaron un tumor cerebral en 1959, se lanzó a escribir frenéticamente, con la idea de terminar varios libros que dejaran a su mujer una renta holgada para cuando él no estuviera. Una de esas obras fue "La naranja mecánica", un título, qué duda cabe, más conocido por la película de Kubrick que por la obra escrita.
"La naranja mecánica" es un libro difícil, y duro, muy duro. Habla de grupos de jóvenes que practican una ultraviolencia psicopática y callejera, y de cómo el narrador, uno de estos jóvenes, es capturado por un estado policial no menos brutal y sometido a un lavado de cerebro con el objeto de reinsertarlo en una sociedad totalitaria. No hay buenos en esta historia, ni concesiones a la tranquilidad de conciencia. Por si fuera poco, está escrito en la jerga que usan los jóvenes de esta ciudad distópica, y al principio al lector que se asoma a sus páginas le resulta todo confuso. Pero esto es intencionado, y poco a poco, uno se acostumbra a esa jerga, como si entrara en el mundo de las juventudes violentas, y termina entendiendo todos esos vocablos inventados por Burguess.
A pesar de la crudeza de la historia, el mensaje es de rabiosa actualidad, y los que lleguen hasta el final se verán recompensados con una de esas historias que sacuden nuestro punto de vista y nos enriquecen enfrentándonos a preguntas muy necesarias.
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