Cuando cada vez más la gente se prodiga en mensajes de todo tipo a través del teléfono móvil, echamos más de menos el ritual de antes de mandarse cartas para comunicarse.
Y es que hemos sido, yo creo, la última generación en escribir de esta manera. Nosotros teníamos por costumbre enviar cartas con todo tipo de contenidos a los amigos. Es algo tan bonito... poder ver cómo la otra persona se dirige a ti a través de su propia grafía...
Somos chapados a la antigua, parece ser, pero es que consideramos algo vital, como una auténtica experiencia de vida, el tener nuestra propia caligrafía. Somos de los que pensamos que la pizarra electrónica no debería ser la futura sustituta de la pizarra de siempre de tiza y borrador. Porque, además del toque personal que da escribir así, le impregna identidad y cierto romanticismo, por qué no decirlo así.
Sin embargo, cuando cada vez más vemos en los colegios e institutos cómo va ganando terreno la tecnología en detrimento del arte del lápiz y el papel nos ponemos melancólicos... ¿llegará el día en que desaparezcan los libros, las libretas, los folios o los sobres y sellos?.
Bien es cierto que la inmediatez de las comunicaciones gracias a internet y a otros avances hace que todo fluya mucho más rápido y fácilmente. Pero si alguna vez habéis sentido el gusanillo o mariposas flotando en el estómago cuando corriendo bajas al buzón de casa y ves una carta de alguien especial dirigida a ti, entonces sabéis de lo que estamos hablando. Y no nos importaba la espera, porque la incertidumbre de no saber si hoy sería el día le añadía más ilusión. Y es que cartas iban y venían... palabras que no se las lleva el tiempo y que siempre seguirán en nuestros corazones.
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