Ayer, por casualidad, tropezamos con una historia realmente única, de esas que te golpean por su singularidad y su grandeza. Hemos querido compartirla con vosotros, porque creemos que merece mucho la pena conocerla y meditar sobre ella. Hablamos de Joshua Norton, Primer Emperador de Estados Unidos y Protector de México.
Joshua Norton nació de familia judía en Londres en torno a 1815, aunque no hay certeza de estos datos. Lo que sí parece claro es que pasó buena parte de su vida en Sudáfrica. Cuando emigró a San Francisco, ya era un comerciante de cierto renombre, y allí logró amasar una pequeña fortuna con el comercio de distintos bienes, entre ellos el arroz. Sin embargo, un revés de la fortuna lo dejó arruinado, en la más completa bancarrota.
Después de esto, Norton, un día, se proclamó a sí mismo Emperador de Estados Unidos y Protector de México, enviando cartas a varios periódicos y a las autoridades nacionales para hacerlo saber. Exigía que se refirieran a él como "Alteza" y paseaba por las calles con un antiguo uniforme del ejército que le dieron por caridad. Pidió por carta a presidentes y ministros para que se
reunieran con él para revisar las leyes para que mejoraran la calidad de
vida de la gente. Obviamente, fue ignorado.
Uno podría pensar que no era más que una figura triste e incluso patética, un hombre que perdió la razón al caer en desgracia, digno de lástima más que de otra cosa. Pero esto solo es la mitad de la historia.
Joshua Norton paseaba por las calles de San Francisco ayudando a cualquiera de sus "súbditos" que lo necesitara. Velaba por que se cumplieran los horarios de autobuses, revisaba el estado de las calles y del alcantarillado e imponía pequeñas y simbólicas multas a los que se refirieran a San Francisco con el diminutivo de "Frisco". En una ocasión incluso evitó el linchamiento de unos emigrantes chinos por parte del populacho. Joshua Norton y sus dos perros (Bummer y Lázarus) terminaron siendo figuras muy queridas en la ciudad. Eran invitados a comer en tascas y restaurantes (que luego aprovechaban para poner carteles "Aquí ha comido un emperador"), al teatro y otros espectáculos. Muchos establecimientos aceptaban un dinero que él hacía por su cuenta. Incluso trabó amistad con Mark Twain, que lo hace aparecer en su novela "Las aventuras de Huckleberry Finn".
A pesar de su aparente locura, Joshua Norton tenía un discurso muy racional, y realizó propuestas increíblemente lúcidas y revolucionarias, como la construcción de un puente que atravesara la Bahía de San Francisco (en su momento pareció ridículo, pero ahí está hoy el San Francisco-Oakland Bay Bridge, que incluso se propuso llamarlo Norton Bridge) o un proyecto de una Liga de las Naciones que fue semilla de la mismísima Organización de Naciones Unidas (ONU).
Joshua Norton "reinó" durante veintiún años. Murió de una apoplejía en plena calle, el 10 de enero de 1880. Su funeral fue subvencionado por una asociación de empresarios, porque el emperador murió en la más absoluta indigencia. Unas treinta mil personas, entre ellas miembros de las autoridades locales, asistieron a su entierro, que, curiosamente, fue seguido de un eclipse de sol. En su esquela, el jefe de policía dijo: "El Emperador Norton no mató a nadie, no robó a nadie, no se apoderó de la patria de nadie. De la mayoría de sus colegas no se puede decir lo mismo".
Resulta increíble pensar en la huella que dejó este hombre, que en otras circunstancias podría haber muerto mísero y olvidado de todos, y al cual, como dice Neil Gaiman en su historia "Tres septiembres y un enero" (lectura recomendadísima, en su libro "Fábulas y reflejos"): "Su locura le mantiene cuerdo".