Muchos nombres ya por el mundo. Antes se tiraba de almanaque para que la onomástica cuadrase bien con la fecha. Así Celestinos, Teófilos o Urbanos eran recibidos con los honores de un reconocible distintivo de por vida. Ahora gomas de borrar (MILAN), personajes de libros (ROMEO) y otros igual de rimbombantes aparecen entre los elegidos.
A veces es mejor ser uno más en todos los sentidos y pasar desapercibido. Nombres comunes, eufónicos y repetitivos. Hacerlo accesible, fácil. Será quizás por eso que también cambian las maneras hasta en nuestros carnés y ya no hay huella característica de nuestra identidad, sino un aburrido microchip. Por huellas, infinitas, eso dicen...
Y en eso de mirar para atrás siguiendo el rastro, aquella serie que de pequeña veía, a pesar de no ser muy apropiada para esa edad que tenía, retrataba algunas de las miserias humanas del pasado reciente. Con los ojos como platos, se escribían historias con nombres frecuentes y en eso de no pronunciarlos en vano, mejor callar y pegar una vuelta y dejar este final así, inconcluso.
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