Se termina un nuevo curso escolar... es tiempo de reflexión, de hacer repaso de la tarea hecha, de pensar en las cosas que se hicieron bien y ser crítico con las que podían haberse hecho mejor. Pero también es tiempo de pensar en todas aquellas personas a las que hemos conocido, con las que hemos trabajado, a las que hemos enseñado y con las que hemos aprendido. Porque nuestro trabajo, el trabajo en las aulas, en contacto con esas cabecitas que no siempre tienen muchas ganas de aprender pero que al fin y al cabo son personas con su riqueza y su trasfondo, es uno de los más gratificantes que pueden encontrarse. Aún con toda la lata que dan en clase algunos días, aún con todos esos exámenes que no siempre salen como nos gustaría, siempre hemos pensado que es una de las ocupaciones más enriquecedoras, en contacto siempre con gentes de muy distinto tipo, tanto compañeros profesores como alumnos.
Alumnos que se nos van, después de haber compartido con ellos una etapa de sus vidas. Alumnos que llegarán, en el curso siguiente, frescos, desconocidos, intrigantes, benditamente desafiantes. Alumnos que parecen quedarse atrás, pero con los que luego vuelves a reencontrarte con ellos, más crecidos, más maduros y realizados. ¡Y qué satisfacción da cuando ves que salen adelante, y piensas que has puesto un pequeño granito de arena en la historia de esa persona!
No nos olvidemos nunca de este factor humano en la tarea del profesor. Los conocimientos, los deberes, los exámenes, los trabajos, las reuniones de evaluación... son solo un complemento, una herramienta, un accesorio. El corazón de la labor del docente está en sus alumnos, con los que compartirá unos cuantos meses de su vida, en ocasiones algunos años, e influirá en ellos, lo quiera o no. Y es nuestra obligación, aceptada con ganas, que esa influencia sea para bien, porque es una de las cosas más bonitas que una persona puede hacer en esta vida.
El trabajo del profesor es anónimo. Incluso nuestros propios alumnos, cuando pasen los años, nos recordarán como "aquel profe de ciencias" o "la profe de mates de cuarto". No importa, no es necesario que se recuerden nuestros nombres. Habremos sido un renglón, más importante o menos, pero parte de su historia. Es imposible desear honor más grande.