Una vez más, se acerca el final de otro año académico. Y como sucede con el otro final de año, es momento de echar la vista atrás y evaluar el trabajo hecho, que no son solo nuestros alumnos los que tienen que examinarse. Veremos cosas que nos han salido bien y otras que podrían haber salido mejor, pero es lo normal. Lo que toca ahora es convertir esas imperfecciones en proyectos para el año siguiente, y así, cada año, ir mejorando un poquito más.
Claro que tampoco es garantía de que todo lo que preparemos salga a las mil maravillas. Con un público como el que tenemos, y sabiendo que siempre hay caras nuevas, esperar que no surjan imprevistos es de ingenuos. Los proyectos deben ser siempre flexibles y siempre abiertos a modificaciones de última hora, añadidos y supresiones.
Y qué decir de todos esos alumnos con los que hemos compartido un año. No son nuestros hijos, pero casi. A algunos llegamos a conocerlos tanto que casi los sientes como de la familia. Al final, de todos guardas un buen recuerdo, porque no olvidemos que un mal alumno puede ser una buena persona. Y ellos mismos, la mayoría de las veces, te recuerdan luego con cariño, que eso lo hemos podido comprobar en reencuentros casuales por las calles. A pesar de todos los exámenes, castigos cuando han hecho falta y de todos los deberes, ellos saben que eso forma parte de su vida y que no lo hacemos por manía ni por odio, sino con afecto y severidad amable. Y es que es lo que tienen todos esos trabajos en los que has de tratar con personas.. ¿Cómo va a aburrirse uno en una profesión como esta? Así que vayamos dando carpetazo a este año académico, pero con las miras puestas en el que está por venir.
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