"Vives como un maestro" o "qué bien vivís los profesores" son dos frases que en nuestro gremio escuchamos día sí, día también. Es cierto que los dos meses y pico de vacaciones y el horario de trabajo que tenemos son bastante golosos, pero la gente se olvida muy a menudo de leer todo el contrato. Enseñar a un montón de chavales es solo parte de la letra pequeña.
Los maestros, además, deben cargar con el sambenito de que eso de enseñar a los más peques es todavía más fácil. Cosas como las tablas de multiplicar, el abecedario, atarse los cordones o alguna cancioncilla no son precisamente contenidos de física cuántica. Bueno, como se suele decir, "Señor, perdónalos, porque no saben lo que dicen".
No se trata solo de los contenidos: la verdadera dificultad está en hacerlos llegar, en transmitirlos y conseguir que los aprendan, en conseguir que esos hombrecitos y mujercitas se enamoren de ir al "cole", y servir además de ejemplo de conducta, para que todos tengan un referente adulto y aprendan a convivir con las normas. Por si fuera poco, hay que saber meterse en sus inquietas cabecitas para jugar con la psicología a la hora de manejar una clase de más de veinte enanos, y atender y solucionar sus pequeños problemas, tan enormes para ellos desde su particular punto de vista.
Por eso los maestros se merecen bien merecido un día para ellos, aunque, como solemos decir, no debería ser solo un día. El respeto y el reconocimiento de su labor debería de durar trescientos sesenta y cinco días al año, trescientos sesenta y seis los bisiestos.