Los antiguos romanos dieron el nombre de marzo al tercer mes del año en honor a Marte, el dios de la guerra equivalente al Ares griego. Si se consagró este mes al violento hijo de Júpiter es porque, curiosamente, Marte fue en sus orígenes también una deidad de los cultivos, y marzo coincide con el comienzo de la primavera, cuando todo florece y revive. Para ganarse su favor en el cultivo de los campos, los romanos sacrificaban un caballo.
Entre los griegos, Ares estaba siempre enfrentado (y en ocasiones eclipsado) por su medio hermana Atenea, ya que representaban dos caras diferentes del arte de la guerra: mientras Ares era impulsivo y cruel, Atenea era fría y estratega. En la antigua Roma, sin embargo, esta dualidad no estaba tan presente. Para los romanos Marte perdió mucha de la impulsividad y brutalidad del Ares griego.
Una civilización tan basada en la guerra y la conquista como la romana no podía dejar de poner a este dios en un lugar privilegiado. Se dice que fue el padre de los gemelos Rómulo y Remo, que fueron amamantados por una loba (y es que el lobo, junto con el pájaro carpintero, eran sus animales sagrados). Sus armas distintivas eran la lanza y el escudo. A Marte se le imploraba el favor antes de cualquier batalla, y el emperador Augusto le tenía un aprecio especial entre el panteón de dioses romanos.
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