Aprovechando un día de libranza, ayer nos acercamos al instituto donde me tocó dar clase el año pasado. Volver a ver caras conocidas, de profes y alumnos - algunos de ellos un poco más cambiados, que hay que ver cómo crecen algunos con un verano por medio - todos contentos por el reencuentro y sorprendidos de vernos por allí. Con cada saludo, el obligado intercambio de noticias, con las preguntas habituales de "¿Dónde te ha tocado este año?" y "¿Cómo va todo por aquí?" o "Profe ¿vienes a quedarte a dar clase?". En resumen, la mejor de las bienvenidas, que agradecemos de corazón.
Algo que nos llamó agradablemente la atención - y que no es la primera vez que nos lo encontramos - es que algún que otro antiguo alumno nos dijera "Anda que no me portaba yo mal en clase el año pasado. Este año ya estoy más centrado/a."
Estas sencillas palabras tendrían que ser un toque de atención para muchos docentes, que ven a algunos de sus chavales como "cafres sin remedio". Este pensamiento es incorrecto, y además es peligroso.
Incorrecto porque los niños son niños y los adolescentes son adolescentes. No podemos esperar que tengan el grado de madurez del que se ha enfrentado al mundo porque muchos de ellos aún no lo han hecho. No podemos esperar que posean una elevada seguridad en sí mismos porque eso es algo que se gana con el tiempo, y porque la adolescencia es, por naturaleza, una etapa de inseguridad, de cambios y de rebeldía. Ojo: no se trata de justificar todo tipo de comportamiento esgrimiendo estas razones. Es nuestro deber avisarles de lo que hay ahí fuera, enseñarles las formas correctas de enfrentarse a los desafíos y hacerles ver cuáles son sus potenciales. Lo que queremos decir, en definitiva, es que algunas cosas deben suceder en su momento.
También decíamos que la actitud de "cafres sin remedio" es peligrosa. ¿Por qué? Porque puede generar un círculo vicioso, en el que movidos por su inconsciencia de juventud respondamos con acritud y el cinismo de "darlos por perdidos", ante lo cual ellos acentúan más sus comportamientos inmaduros e inadecuados. No: nuestro deber es, por supuesto, corregir lo que haya que corregir, pero siempre con amabilidad y con interés hacia la persona.
Estas conversiones - de alumno "sin remedio" a alumno ejemplar - no son una utopía. En nuestra breve experiencia hemos visto en directo casos como los que explicamos, auténticas epifanías en las que un adolescente alocado y sin interés pasaba a ser, casi de la noche a la mañana, una persona capaz de juzgar sus propios actos y obrar en consecuencia. Moraleja: profesores de todo el mundo, nunca, nunca, nunca deis un alumno por perdido.
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