Hoy ha tocado entregar los resultados de un examen a nuestros chavales de 1º de Bachillerato, y sin duda, el momento estrella ha sido cuando uno de ellos ha visto que había sacado un 9,9.
"Joooo, profe, ya te vale ¿Por qué no me has puesto un diez?"
Y lo cierto es que podría habérselo puesto, porque el examen era de los buenos, pero aún así le he explicado el porqué de ese pequeño fallo que le había detectado y que le había costado esa preciosa décima de punto.
El motivo no era otro que el placer de ver un alumno al que se le puede poner el listón un poquito más alto, porque es capaz aún así de saltarlo. Porque la perfección no se puede conseguir, pero aún así hay que buscarla. Porque queremos que nuestros alumnos sepan que, si les exigimos, es porque pueden dar más, porque precisamente se mueven a un nivel más alto del que ellos mismos piensan.
Dicho de otra forma, y en nuestra opinión, el esfuerzo no debe exigirse con igualdad (todos deben conseguir el mismo resultado) sino con equidad (todos deben conseguir el mejor resultado que sean capaces). Y del mismo modo que a un alumno con dificultades se le puede corregir con largueza para motivarlo, a un alumno brillante es justo que se le exija, no como un castigo, sino como un reconocimiento de que "juega ya en ligas profesionales".
Y sabemos que los chavales lo agradecen, porque se ha visto en los ojos del autor de ese "casi diez". Cuando ellos saben que ese nivel de exigencia no les llega porque el profe les tenga manía, sino porque quiere exprimir lo mejor de cada uno de ellos, entonces se hinchan como palomos, y puedes estar seguro de que la próxima querrán hacerlo tan bien que no tengas más remedio que ponerles el diez. Y ese espíritu de superación, al fin y al cabo, es el mismo que ha llevado al ser humano a conquistar metas inalcanzables.