Ayer fue el día del docente, algo que pasó bastante
desapercibido y sin mucho bombo y platillo. Con todo, los docentes hicimos
nuestro trabajo, y quiero pensar que los más de nosotros pusimos toda la carne
del asador para hacerlo lo mejor posible.
No corren buenos tiempos para nuestro oficio. La sociedad
vuelve sus ojos hacia otros valores muy distintos al esfuerzo y la educación,
tenemos alumnos sobresaturados de información gracias a Internet y encima de
nosotros tenemos personas que se empeñan en retocar el sistema educativo sin
haber pisado jamás un aula en calidad de profesor, o que han perdido el
contacto con la realidad del día a día en el oficio de enseñar. Pero a pesar de
todo ello, somos muchos los docentes que damos el callo buscando lo mejor para
todos esos que, con mayor o menor gana, se sientan todos los días al otro lado
de la clase para escucharnos, aprender y dejarse asombrar, como el público de
un prestidigitador. En palabras de un amigo, desempeñamos el mejor trabajo del
mundo con “dignidad y pundonor”, porque somos conscientes de la importancia de
enseñar bien a todas esas generaciones futuras.
Todos los que estamos ahí por vocación estaremos de acuerdo
en que, cuando nuestros alumnos miran con ojos como platos algo nuevo, cuando
se alegran por un examen aprobado, cuando disfrutan trabajando (que los hay),
nos olvidamos de todos esos que aún no se han convencido de que los docentes
somos gente muy decente ¡Y a mucha honra!
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