Nuestro siguiente día nos llevaba directamente a las faldas de los Alpes franceses. Aquí el paisaje que habíamos estado viendo se convertía en altas estribaciones montañosas, prados verdes y pueblecitos de tejados picudos.
El pueblo protagonista del día fue Chamonix, un curioso enclave alpino que ha sido sede de juegos olímpicos de invierno y es quizás el principal punto de partida para todos aquellos que deseen desafiar al Mont-Blanc, que, con sus 4.810 metros de altura, es el pico más alto de Europa.
Nosotros no vamos preparados para una ascensión así, por lo que optamos por la alternativa para "turistas": el funicular que sube hasta el Aiguille du Midi. Resultó ser toda una experiencia, no tanto por el viaje en el funicular en sí, sino por las vistas que nos esperaban al llegar arriba. Es, literalmente, como entrar en un mundo distinto de picos, viento, neveros, alturas y espacios vacíos. Nos dejó una impresión imborrable, y además pudimos ver a placer chovas piquigualdas, que estaban al quite de cualquier resto de comida que se les escapara a los visitantes.
El resto del día lo pasamos en Chamonix, recorriendo sus calles llenas de alusiones a alpinistas célebres y deportes de invierno, y disfrutando de la estética de sus casas de cuento.
Finalmente, dejamos atrás Chamonix para dirigirnos a Italia. Esa noche dormimos en Milán, ciudad que esperaba, al día siguiente, brindarnos todos sus encantos. Os dejamos con las fotos del día de Chamonix; para verlas en grande solo tenéis que pulsar sobre ellas.