Para aquellos que decidieron caminar sin rumbo fijo y aterrizaron en un lugar como éste. Aquí tenéis vuestro sitio.

domingo, 11 de diciembre de 2011

VENEZUELA, mi otra tierra III

Recordando una vez más las andanzas de mi niñez por tierras venezolanas, hoy me viene a la memoria una aventura que no es fácil olvidar.

Ya desde pequeñito me gustaban los animales y me fijaba en los que se podían encontrar en las playas de la zona. Para ver más de estos animales y disfrutar de la naturaleza, una vez hicimos una excursión mis padres, mi hermana, otros amigos y yo a una isla que se llama Cayo Cocos





Aparte de la emoción de ser el típico día de playa nos encontramos con la aventura de viajar cruzando el mar Caribe. En nuestro viaje pasamos cerca de una isla llamada Isla de los Pájaros, porque estaba casi cubierta por gaviotas y petreles. Ya en Cayo Cocos, mientras jugaba por la playa, recuerdo que encontré una aleta de tiburón. Era enorme, ¡del tamaño de un brazo! A partir de ese momento estuve todo el rato mirando al agua con mucha esperanza de encontrarme un tiburón enterito, pero no tenía miedo. 

Al atardecer el hijo del compañero de mi padre, que era buceador, nos dijo que no nos metiéramos en el agua porque había barracudas. Para demostrarnos que no era la típica cosa que se dice para asustar a los niños, nos acercamos mi hermana y yo con él y las vimos. Para los escépticos, con ocho años yo ya me había leído todas las enciclopedias de Costeau y sabía muy bien cómo eran las barracudas.

Recuerdo también que por la noche dejamos la comida atada con cuerdas de ramas de un árbol, porque en la isla había ratas y aún así, por la mañana descubrimos que habían trepado y habían cogido algo de la comida. Nos echamos a dormir... antes de despedirnos del día, desde nuestra tienda de campaña se podía ver un cielo cuajadísimo de estrellas.

Mi padre capturó en un cubo un pez león, lo estuvimos viendo un rato y luego lo soltó. En algunas zonas de otras playas de Venezuela hay también pastinacas. Son unas manta rayas de unos cuarenta centímetros con un aguijón venenoso. Se entierran en la arena y, como no andes con cuidado, puedes pisarlas y clavártelo.

Sobrevolando la isla en vuelos rasantes no dejaban de pasar por encima nuestra unas fragatas espectaculares. En su afán de robar pescado a otras aves marinas cortaban el aire con su planeo constante.







Recuerdos de mi tierra lejana
              tan cercana cuando cierro los ojos... 





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