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lunes, 8 de junio de 2015

La mirada triste del autómata

Caminando entre la multitud, miradas que van y vienen y se entretienen en quehaceres cotidianos. Muchos pasan de largo y no se detienen en aquel banco en el que te vi por última vez... ahora ocupado por enamorados que se lanzan besos virtuales o por señores de traje y corbata que esperan su autobús antes de una jornada frenética en la oficina. Tantos podríamos llamarnos autómatas, tantos parecemos programados para no salirnos de la cuadrícula diaria marcada... que cuando leemos o escuchamos noticias relacionadas con los avances en inteligencia artificial apenas nos sorprende que haya proyectos bastante evolucionados que ya han creado los primeros seres o entes humanoides (no sé muy bien cómo calificarlos) preparados y dispuestos para resolver problemas que en principio solamente podríamos solucionar las personas.
 
Como si de una película de Sci-Fi se tratara, parece ser que ya han creado a un robot capaz de aprender por sí solo cómo desenvolverse en muchas tareas. ¡Si Isaac Asimov levantara la cabeza seguramente aplaudiría! Pero no es precisamente un motivo de euforia, a mi juicio. Más bien es de una tristeza soslayada a la cuneta de la indiferencia, pensando que el ser humano, el hombre, se traduce en lo utilitario nada más, porque si se llegan a diseñar robots con sentimientos eso ya sí que son palabras mayores, pues ahí descansa uno de los pilares básicos para considerarnos diferentes a las máquinas.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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