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jueves, 12 de julio de 2012

Haremos un mundo nuevo

Abrir el periódico y ver sus páginas llenas de noticias que ensombrecen nuestras miradas trae hoy la constante muletilla que acompaña a muchos comentarios que se escuchan por todas partes. Lejos queda ya la euforia que hizo de cada uno de los ciudadanos de a pie sentirse orgullosos de serlo tras la victoria futbolera. Ahora estamos que echamos humos, lleguen desde la indignación por ver a un país que se consume entre las llamas, lleguen porque la chimenea de cada casa está que arde.

No contagiarse de la mala leche que reina en el ambiente pasa por abandonar el cinismo y dedicarse al lirismo. Pasa por alzar la vista y pensar que ahora más que nunca debemos esforzarnos para que sea lo positivo lo que mantenga intactas todas nuestras esperanzas. Si no lo hacemos así, habremos renunciado a lo más valioso y válido que tenemos todos: el futuro. Por supuesto que la indignación está justificada, por supuesto que debemos manifestar nuestro desacuerdo ante lo que consideramos intolerable. Pero a río revuelto, ganancia de pescadores, y aquí los que tienen la caña son siempre los mismos.

En tiempos difíciles, y estos lo son (aunque a lo largo de la historia han habido épocas mucho peores que la de ahora, solo hay que echar la vista atrás), la gente que conservaba intactas todas sus ilusiones salió reforzada. Aquellos que se implicaban y ayudaban a los demás, que aportaban ideas, que se hacían fuertes a base de poner la mejor sonrisa ante el enemigo, fueron los que desde el principio lograron remontar ante la adversidad. ¿Acaso no causaría desconcierto sostener la mirada mientras sonríes a los que te hacen tropezar? No es lo habitual... solo por eso chocaría aún más.

Existen muchas formas para poder hacer un mundo nuevo, enumerarlas todas sería muy extenso. El entusiasmo es ideal para empezar. Hoy, día gris para mucha gente, en nuestra clase nuestros chavales han disfrutado de su tiempo de una manera especial, mientras aprendían aquello de que es mejor llegar más tarde que quizás nunca llegar. Porque yendo más despacito se ven muchas más cosas y el mundo es entonces un lugar para soñar. 






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